En un planeta lejano, que orbitaba una estrella parecida al Sol, la vida era muy similar a la de la Tierra. Había seres parecidos a los humanos que reinaban por sobre las demás criaturas y dominaban el mundo. Además, había animales y vegetación sobre la tierra y bajo los mares. Durante milenios la vida siguió su curso sin muchos trastornos pero todo cambió el día que los árboles decidieron marcharse.
Los Espóreos habían evolucionado durante millones de años en el planeta Blavo. Habían pasado de ser simples criaturas de cuatro patas a caminar erguidos, crear y usar herramientas, y dominar la naturaleza a su antojo. Con el pasar de los siglos, se fueron organizando en pueblos y ciudades cada vez más grandes junto a los recursos que necesitaban para vivir y prosperar.
Maestros de la agricultura y la cría de animales, los espóreos supieron adaptar su entorno a sus necesidades cada vez más complejas. La vida de éstos seres cada vez se parecía más a la de los seres humanos modernos. Pero este crecimiento y evolución no llegó sin costo alguno: la naturaleza alrededor de la civilización espórea sufría cada vez más.
El impacto de los espóreos era tan grande que fueron testigos de un evento que cambió su forma de pensar y ver a la naturaleza y todos sus seres vivos. Una mañana cualquiera que no tenía nada de especial para nadie, los habitantes de los pueblos y ciudades escucharon un murmullo cada vez más fuerte. Era como si miles de cosas se arrastraran por el suelo.
Los grandes y pequeños se miraban unos a otros confundidos. Compartían teorías sobre el origen del ruido. Se quedaban en silencio y paraban las orejas para tratar de descubrir de qué dirección provenía. Sin embargo, no fue hasta que los canales de información dieron la noticia, que los Espóreos a lo largo y ancho del planeta Blavo entendieron qué sucedía.
– ¡Un hecho sucesioso simprecedental acábose de acontecerse! Unos, dos, tres, todos los árboles hábense marchado.

El rumor en el extraño idioma espóreo se desparramó con la velocidad del viento. Pronto todos sabían qué había sucedido, pero con ello no les bastó. Necesitaban ver para creer. Al fin y al cabo, si tú escucharas que los árboles decidieron marcharse, también te costaría creerlo.
– Es una verdadosa…
– ¡Todas as verdades demostradas!
– Indesconfiable, aquesto es indesconfiable…
Uno tras otro, Espóreos de todos los anchos y altos comprobaron que los árboles que rodeaban sus pueblos y ciudades habían decidido marcharse. Se habían cansado de ser talados por su madera. Les dolía que los exprimieran por su savia. Les frustraba el ollín sobre sus hojas verdes.
Durante siglos, en silencio, lentamente, los árboles del planeta Blavo habían evolucionado y sus raíces se habían convertido en piernas y patas. Aunque lentamente, más lento que una tartarúgula, podían desplazarse a su antojo. Y ahora se les antojaba escapar y alejarse de los espóreos.
Éstos aún no entendían el impacto que tendría la partida de los árboles. A la mayoría de los habitantes les parecía escandaloso pero no se habían percatado que sin árboles, ni uno, sus vidas iban a cambiar para siempre… ¡Y para peor!
La noticia se volvió historia en pocos días. En un par de semanas los espóreos de todo el planeta habían regresado a sus trabajos, sus escuelas, sus granjas, sus criaderos, sus fábricas. No fue hasta que llegó la gran tormenta del quinto mes que se notaron los primeros signos de la ausencia de los árboles.
La gran tormenta del quinto mes era normal, regular, y común. Ese día, todos se quedaban en casa y, al día siguiente, regresaban a sus vidas. Pero este año no, este año, al no haber árboles, la tierra se ablandó y se transformó en barro. El barro se movía como la marea y arrastraba todo consigo. Donde antes había césped, ahora había barro. Donde antes había caminos, ahora había barro. Y donde antes había barro, ahora había más barro.
– La desastrocidad total del fanguísimo extiéndese por totalas ubicaciones. Los cientifiqueros gritan y gritan porque la culpación es de los árboles que hábense marchado.

Los unos se culpaban a los otros mientras que los otros culpaban a aquellos, quienes juraban que éstos lo habían causado. El planeta Blavo se sumió en días inacabables de debates sin sentido ni solución. Pero con el paso de los días, a medida que el barro se secaba y se convertía en polvo, los espóreos comenzaron a entender que ellos mismos habían causado todo este desastre.
Los más optimistas aseguraban que no todo estaba perdido. Al fin y al cabo, los árboles se habían alejado de los pueblos y las ciudades. No habían dejado el planeta. Simplemente se habían concentrado en un megabosque en la zona más alejada de la civilización. Los que creían que la situación se podía arreglar intentaron educar y convencer al resto a través de los canales de información:
– ¡Esperanzaros blavanios! Creémosle que pudiese solvencionar la regresada de árboles. Totales blavanios deberíen respectar la naturesa. No talar. No exprimir. No quemar. No ensuciar. Si árboles caminar márchase, seguraso que totales plantas, animalores y creaturas vividoras pueden sentimentar y escapar. Respetación máxima.
El discurso era profundo y para la gran mayoría un cambio importante. Estaban acostumbrados a someter a su entorno para satisfacer sus necesdidades y ahora parecía que la solución era tratar a plantas, animales, y todos los seres vivos como si fueran iguales.
El primer año fue durísimo.
El segundo año un poco más fácil.
El tercer año trajo consigo un hecho esperanzador.

Tras años de esfuerzos intensos por toda la población espórea, las cámaras que monitoreaban el megabosque emitieron una alerta. Los deseos de aquellos que habían cambiado y ahora vivían vidas plenas y en mayor armonía con la naturaleza casi que se hicieron realidad.
El megabosque se sacudió al unísono creando ondas en las copas de los árboles que estaban apiñados unos con otros. El temblor leve se sintió en todo el planeta Blavo. Como las capas de una cebolla, anillo tras anillo de árboles comenzaron a desplazarse hacia afuera del megabosque. Los árboles se habían acercado a la civilización lo suficiente como para que desde las lejanas ciudades y pueblos se pudieran ver las copas verdes de los árboles.
Las ciudades y pueblos se unieron en un clamor de alegría y esperanza. Si bien los árboles no habían regresado del todo, parecía que apreciaban el cambio. Cada espóreo pequeño y grande, ancho y alto, azul y amarillo se regocijó y miró hacia el futuro con alegría. El compromiso con la naturaleza se reafirmó y a partir de ese día no quedaba espóreo que deseara volver a vivir como antes.
Quisiera decir que todo regresó a la normalidad, pero no es así. Aún hoy, pasados 36 años terrestres, los árboles no han regresado completamente a sus lugares originales. Pero ésto no parece molestarle a los espóreos. Entienden que un daño causado a lo largo de milenios puede llevar un largo tiempo en sanar. Son felices con ver que año a año, los árboles se acercan cada vez más a los pueblos y ciudades.