Mamá trabaja, y papá también - Historia y cuento para dormir sobre la importancia del trabajo y el Día Internacional de los Trabajadores del 1 de Mayo

Mamá trabaja, y papá también

Guadalupe, o Lupita, como le decían sus papás, vivía en un pueblo bastante grande en Jalisco, México. Lupita iba al colegio como todos los niños de su edad. Por las mañanas, su mamá se iba muy temprano a trabajar, así que su papá la levantaba y le preparaba el desayuno por las mañanas.

Después de desayunar, Lupita se aseguraba de lavarse bien la cara y los dientes. Además, revisaba su mochila una última vez para asegurarse de tener todo lo que necesitaba para el colegio. Una vez lista, su papá le dejeba mirar la tele hasta que fuese hora de salir.

«¡Lupita, al coche!» Gritaba su papá, y ella salía pitando con la mochila en la mano. Se subían ambos al coche, un coche verde con forma de escabarajo, y entre ruidos y explosiones partían hacia el colegio.

El camino al colegio no era ni corto ni largo, pero se demoraban lo suficiente como para que Lupita pudiera buscar una estación de radio que pasaran la música que le gustaba a su papá. A Lupita le gustaba ver la sonrisa de su padre cuando empezaban a sonar las rancheras en el estéreo del coche. Más de una vez logró encontrar una canción que le gustaba tanto que su papá se ponía a cantar. Lupita se moría de risa cuando su papá cantaba. Tenía un bigotón que le tapaba la boca y cuando cantaba se le movía como una cortina al viento.

«Listo m’hija» Decía el papá de Lupita cuando llegaban al colegio; ella le daba un beso en la mejilla y se bajaba al encuentro de sus amigas. Los ruidos y las explosiones se alejaban a medida que el padre de Guadalupe iba camino a su trabajo.

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Los días en el cole eran normales, como los de la mayoría de los niños. Había maestras y maestros más buenos y algunos más malos. Había días divertidos y días aburridos. Había días que miraban películas y días que salían al patio. Lupita, en general, se lo pasaba bien.

De todas formas, la parte preferida de Lupita era salir del colegio. A la hora de la salida la venía a buscar su abuela Dolores. Era una señora bajita y de pelo blanco, súper cariñosa con Lupita. Un día sí y un día no, le traía alguna golosina. Siempre la recibía con un abrazo y le decía la misma rima mientras la achuchaba y la sacudía:

Guadalupe, Lupe, Lupita
Eres la niña más bonita
De Jalisco a Yucatán
Eres bella, bim, bom, bam!

Por suerte, la nana Dolores vivía a pocas calles del colegio, porque siempre iban caminando. En el camino Lupita le contaba todos los detalles del día en el colegio. Doña Dolores se aseguraba de recordar todo muy bien para luego contárselo a la mamá y al papá de Lupita.

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Todos los días eran normales, iguales pero reconfortantes y divertidos. Pero una mañana de la segunda quincena de abril, algo despertó una inquietud nueva en Lupita.

– Chicos… ¡Atención! En unas semanas es el Día Internacional del Trabajador. Se festeja el 1 de mayo. Nuestra clase va a hacer láminas con los trabajos de las mamás y los papás de cada uno. Tienen que averiguar e investigar en qué trabajan sus mamás y papás. La semana que viene vamos a trabajar en clase con la información que hayan conseguido.

«Sí. Mamá trabaja, y papá también.» Pensó Lupita al mismo tiempo que se daba cuenta de que no sabía en qué trabajaban su padres. Por un momento se sintió algo tonta. Le pareció tan evidente que era algo que debía saber, que hasta un poquito de vergüenza le daba.

Esa tarde, al llegar a la casa de la nana Dolores, Lupita le preguntó:

– Nana, ¿en qué trabaja mi mamá?

– ¿Tu mamá? Es costurera. Sé que trabaja en una fábrica de muebles. Deberías preguntarle más detalles a ella esta noche antes de dormir, m’hija.

– Y… Nana, ¿en qué trabaja mi papá?

– ¿Tu papá? Es mecánico, m’hija. Hace muchos años que está en el molino pero, me vas a tener que perdonar porque no sé más que eso.

– ¡Muchas gracias nana!

Doña Dolores le dió un beso en la frente a Lupita y siguió haciendo sus cosas. Ahora Lupita se sentía más segura de preguntarle más a su papá y a su mamá sobre sus trabajos. El problema, es que durante la semana solo los veía para cenar y para acostarse. Los fines de semana no le gustaba hacer deberes de la escuela, ¡prefería jugar!

Esa misma noche, mientras se lavaba los dientes para acostarse le preguntó a su mamá que se estaba poniendo cremas en la cara: «Mamá, ¿me cuentas más sobre qué haces en la fábrica?» Solana, la mamá de Lupita, la miró con asombro pues era la primera vez que su hija sentía curiosidad por su trabajo.

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– Yo coso las fundas de los sofás, sillones, y sillas que se fabrican. Me encargo de comprar las telas y me aseguro de que sean de buena calidad. Luego uso unos moldes de cartón para cortar las piezas. Después uso mi máquina de coser para unirlas. El tapicero se las lleva a su taller y con ellas forra los muebles.

– ¿Todo eso haces? No me extraña que tengas que pasar tantas horas trabajando allí.

– Bueno m’hijita… Lo hago con gusto. Con el dinero que gano compramos comida, pagamos el alquiler, te compramos ropa y zapatos…

Lupita se dió cuenta de lo importante que era el trabajo de su mamá y la interrumpió con un abrazo… Era su forma de darle las gracias y de decirle que la quería mucho. Esa noche Lupita se fue contenta a la cama y deseaba que ya llegara la mañana para preguntarle a su papá sobre su trabajo.

A la mañana siguiente, con un ojo pegado del sueño, Lupita le dió los buenos días a su papá. Aún en pijamas, sentada a la mesa mientras Germán, el papá de Lupita, tostaba pan, le preguntó:

– Papá, ¿qué hace un mecánico como tú en un molino?

– A que suena raro, ¿no? ¡Ja ja ja ja!

– Si pá, es que la harina no tiene pinta de tener motor…

– ¡Claro! Pero el molino está lleno de máquinas con y sin motor. Cientos y miles de piezas de metal que trabajan unas con otras para moler y transportar el grano. ¿Sabes quién mantiene todo eso funcionando como el primer día? ¡Yo! Es mucho trabajo y debo ser súper preciso. A veces tengo que ajustar un tornillo en un rincón incómodo, o cargar un rodillo pesadísimo. Pero yo arreglo máquinas.

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Ahora Lupita entendía bien qué hacían sus padres. Y le parecía megafantástico lo complicado y difícil que eran sus trabajos. Desde ese día, cada vez que se sentaba en el sofá, o comía tortitas, pensaba en cómo personas como ellos, o tal vez su mamá o papá mismos, habían trabajado en ello.

A la vez, entendió por qué era importante que trabajaran. Todo lo que tenían lo habían logrado mamá y papá con su trabajo. La bicileta que le habían regalado para su cumpleaños. Las vacaciones en la playa… Lupita, sin quererlo, había conocido un aspecto de sus padres que nunca se había imaginado. Sentía casi como si ellos fueran sus héroes.

Esa semana, en el colegio, Lupita compartió con la clase lo que había averiguado sobre el trabajo de su mamá y su papá. Le sorprendió cómo todas sus compañeras y compañeros tenían historias parecidas. Albañiles y secretarias. Policías y enfermeros. Abogadas y panaderos. Amas de casa y herreros. Todos y cada uno de los niños de su clase tenían papás que trabajaban. Eso a Lupita le pareció sorprendente.

El día anterior al Día de los Trabajadores, todas las clases expusieron sus trabajos en los corredores y las carteleras del colegio. Esa tarde, la gran mayoría de las mamás y los papás del colegio habían conseguido ir a ver la exposición de sus hijos. Era un día especial y se notaba en el aire.

Los papás de Lupita caminaron por los pasillos buscando el trabajo de su hija y quedaron maravillados por su esfuerzo. Lupita los había dibujado a cada uno haciendo su trabajo. Pero los dibujos tenían un detalle especial: tanto mamá como papá tenían capas de super héroes.

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