¿Por qué ya no hay dragones?

¿Por qué ya no hay dragones?

Pues resulta, que hace miles de años cuando los humanos habían comenzado a vivir en aldeas y pequeños poblados, había dragones por todas partes… ¡Y muchos! Tanto así, que los humanos debían estar atentos todo el tiempo pues en cualquier momento un dragón podía atacarlos.

Los dragones, cuando vieron que los humanos comenzaban a domesticar animales, vieron una fuente siempre fresca y creciente de comida fácil. Con su imponente tamaño, alas ágiles, y garras que podían coger hasta el más pesado de los bueyes, robar ganado les resultaba hasta divertido.

¿Por qué ya no hay dragones?

Pero a los humanos en sus aldeas no les hacía nada de gracia. Meses y años de cuidados y esfuerzo se esfumaban entre el fuego que escupían los dragones. Poco a poco, las aldeas fueron creciendo y aprendiendo a defenderse de los dragones. Al principio con toscas empalizadas y lanzas con punta de piedra; y a medida que pasaban los siglos, las aldeas crecían a pueblos, los pueblos a ciudadelas, y las ciudadelas a grandes ciudades amuralladas.

La eterna lucha entre dragones y humanos parecía no tener fin, pero cuando los humanos desarrollaron armaduras de hierro, lanzas afiladas, flechas certeras, y resistentes escudos, los dragones comenzaron a pasar un poquito de hambre.

Con el tiempo, los dragones ya no podían quemar los castillos hechos de piedra, ni las casas con tejas de cerámica. Tampoco podían invadir los graneros y corrales techados y amurallados. ¡Algunos incluso habían recurrido a comer humanos a pesar de que a la mayoría de dragones los humanos le sabían a jabón!

¿Por qué ya no hay dragones?

Allá por la época medieval, los dragones estaban desesperados, hambrientos y frustrados. Los humanos se habían vuelto expertos en repeler a los dragones. Los despreciables reptiles con alas acudieron al dragón más anciano y sabio. Si bien le faltaba un ala, y tenía más de dos mil años, sabía que si no se solucionaba el problema con los humanos, los dragones se extinguirían pronto.

– ¡Raaaaar! Escuchad hermanos y hermanas de fuego. ¡Raaaaaaaar! He pensado y buscado en los confines de mi antigua mente para idear un plan definitivo…

– ¡Ruuuuuuuum raaaaaaar! (festejaban los dragones)

– Debemos ir y rodear la antigua torre en el bosque de olmos al norte del río Oder. Allí vive un joven hechicero que temblará ante nuestras amenazas…

– ¡Rooooooor raaaaaaaar!

– ¡Le exigiremos que prepare un conjuro que asegure que los dragones ya no sufrirán al robarle comida a los humanos!

– ¡Raaaar Rooooor Ruuuuum!

El aleteo de los dragones que partían hacia la antigua torre del joven hechicero causó una tormenta de polvo que sacudió las ciudades cercanas. Eran cientos de gigantescos dragones, todos volando hacia la morada del joven hechicero.

Una vez allí, los dragones rodearon la torre y gritaron al unísono «¡Sal hechicero, o arderás hasta las cenizas!» El temeroso joven asomó la cabeza por una ventana y preguntó tímidamente «¿En qué puedo servir a vuestras majestades?».

Los dragones fueron claros: querían un hechizo que les permitiera vivir en paz, sin que los humanos les molestaran al conseguir comida… ¡para siempre! Las voces amenazantes de los dragones lograron que el hechizero se pusiera a trabajar rápidamente en un conjuro que calmara a los dragones.

¿Por qué ya no hay dragones?

Tras cinco horas de sudor y lágrimas, el hechizero se asomó a través de otra ventana y proclamó «¡Lo tengo! Solo me falta ponerme mi bata ceremonial y coger dos pociones que he de beber». El dragón más feroz le dijo que si no se apuraba acabaría como fertilizante de olmo.

– Listo. Por favor, por seguridad, necesito que todos se apiñen lo más cerca posible de la torre y se acuesten con los ojos cerrados ya que puede haber fuertes destellos.

– ¡Basta niñato! Haremos lo que pides pero será la última oportunidad que tendrás.

– Si, si. Fuerzas del sol y la luna, el mar y los volcanes, con estas palabras concede su deseo a estas dragónicas majestades… ¡Sit dracones esse lacertis in aeternum!

Un gran destello iluminó el denso bosque y los dragones quedaron profundamente dormidos. El joven hechizero aprovechó para escaparse porque no quería estar allí cuando los dragones despertaran. Sin embargo, al ser tan joven e inexperiente, su latín no era muy fino y al lanzar su hechizo no tuvo ni idea de lo que había hecho.

Uno a uno los dragones comenzaron a despertar, pero sus voces ya no eran imponentes ni retumbaban en el bosque. No sentían sus alas, y de pronto el frío de la noche los hacía tiritar. Sus imponentes cuerpos ahora eran apenas más grandes que una ramita. Del susto que tenían, salieron disparados, reptando entre las hierbas a esconderse bajo las rocas.

¿Por qué ya no hay dragones?

Esa noche fue la última de los dragones como tal, pues el hechizero, sin saber ni querer, ¡había convertido a todos los dragones del mundo en pequeñas lagartijas! Lo más gracioso es que de todas formas había cumplido su palabra, pues los humanos nunca más molestaron a las lagartijas, quienes ahora podían cazar moscas y escarabajos a sus anchas.

Y así fue que el error de un joven aprendiz acabó con los dragones en la tierra y aseguró que los humanos ya no vivirían con el temor de un ataque de fuego. Así que cada vez que veas una lagartija, acuérdate de que sus tatarabuelos, casi seguramente, fueron dragones.

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