El refugio de Neander

Un refugio en Neander

Hace unos 65.000 años, en la parte de Europa que hoy se conoce como Alemania, habitó una tribu de humanos primitivos. Se pasaban la mayor parte del día recolectando comida de árboles y arbustos mientras que otros cazaban animales de todos los tamaños. Por las noches, armaban campamentos improvisados alrededor de hogueras y dormían acurrucados en las pieles de los animales que cazaban.

En aquellos tiempos, la vida era muy dura, incluso para estos humanos adaptados a las condiciones crueles de la naturaleza. Durante el día, debían estar atentos a los depredadores que podían estar al acecho, y por la noche, acostumbraban montar guardia para evitar que otras tribus les robaran sus cosas. Estaban siempre tan atareados y ocupados en sobrevivir que no tenían tiempo de pensar en nada más.

Una tarde, tres semanas antes de la llegada de las primeras nevadas del invierno, un pequeño grupo de cazadores de la tribu divisó una cría de mamut que parecía ser una presa fácil. Si bien el riesgo de cazar mamuts era elevado, la recompensa solía ser carne para varias semanas y pieles resistentes y de buen tamaño. Trans consultarlo con la matriarca de la tribu, se acordó que todos los cazadores irían a acechar al mamut para darle caza.

El plan era sencillo, encerrar al mamut en una especie de esquina que se formaba entre tres grandes rocas junto al río y usar sus lanzas de sílex para acabar el trabajo. Al principio, todo salió de acuerdo al plan, pero los cazadores no notaron que entre las altas hierbas que crecían al otro lado del río, se escondía una pareja de tigres dientes de sable que también acechaban a la cría de mamut.

Los cazadores lograron cazar su presa, pero cuando el mamut estaba abatido, yaciendo en el suelo, sintieron los rugidos y fueron atacados por los dos tigres. Las abilidades para la batalla de los cazadores se hicieron notar, quienes hirieron gravemente a uno de los tigres. Ésto hizo que ambos se marcharan, pero era evidente que aquello era solo el principio.

De regreso con el resto de la tribu, los cazadores discutían acaloradamente qué hacer. Ellos sabían que los tigres dientes de sable no se rendían fácilmente cuando les robaban una presa. Sabían que ahora ellos serían cazados.

La tribu festejaba con gritos y golpes de pie. El mamut significaba tranquilidad por un par de semanas. Pero pronto la alegría se transformó en silencio cuando escucharon a los cazadores contarle a la matriarca lo que había sucedido con los tigres junto al río.

«Refugio». Fué lo único que dijo la matriarca. Ella sabía que sin un lugar seguro la tribu sería víctima de un par de tigres enfadados y sedientos de venganza. A pesar de que sabían que los tigres heridos no atacan de inmediato, lanzaron 4 expediciones de 2 cazadores cada una para buscar una cueva lo suficientemente grande para las 56 personas de la tribu.

El refugio de Neander

Al norte, al sur, al este y al oeste. De dos en dos salieron los cazadores con los primeros rayos del sol del día siguiente. A los dos días, la tribu expectante vio como cada pareja llegaba con buenas y malas noticias.

Como era costumbre, las malas noticias siempre primero:

«Al oeste no hay nada más que bosque denso; imposible montar campamento allí. Si no nos comen los tigres lo harán los lobos.»

«Al sur solo está el mar. El terreno es cada vez más plano y resultó imposible encontrar una cueva.»

«Al este había esperanzas, pero las montañas son todas de roca dura, sin grietas y mucho menos cuevas. Aunque montemos campamento en alguna cima, moriremos de hambre o nos atacarán cuando bajemos a por agua.»

Los que habían ido al norte aún no regresaban. Mientras la tribu miraba espectante, el rugido de dos tigres hizo que sus miradas se voltearan hacia el sur.

Era claro que debían levantar campamento y comenzar a huir al norte pues era la única esperanza. Así que con prisa, cogieron solo lo escencial y comenzaron a marchar a paso ligero mientras sentían cómo los rugidos de los tigres se acercaban más y más a la distancia.

«¡Por aquí!»

Los gritos de la expedición del norte le dieron furza a la tribu.

«¡Una gran cueva!¡Refugio!»

Los cazadores alcanzaron a la tribu y los guiaron hasta una zona conocida como el Valle de Neander y entre prisas explicaron que habían encontrado todo un sistema de cuevas que se adentraba en el subsuelo del valle. Estaba a apenas un día de viaje, pero se debían apresurar porque los tigres estaban cada vez más cerca.

«¡El valle!» Gritó un niño de la mano de su madre. Los cazadores se adelantaron para alcanzar la cueva y guiar a la tribu. Cuando todos llegaron, entendieron por qué la expedición del norte se había demorado tanto: habían construído una empalizada de estacas puntiagudas que repelería el ataque de cualquier bestia salvaje, incluídos los ágiles tigres dientes de sable.

La cueva era enorme, y fue suficiente para acoger a toda la tribu. El valle era exhuberante y allí reinaba la abundancia. Una vez que los tigres dejaron de acechar a la tribu tras comprobar que no eran vulnerables, la matriarca dio la orden de asentarse allí por tiempo indefinido. La cueva y el valle, el refugio de Neander, tenía todo lo necesario y le permitió a la tribu prosperar y vivir sin mayores problemas por generaciones.

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